jueves, 5 de marzo de 2009

quién es mejor que quién

Hace unas semanas comencé a estudiar catalán. Hace dos años que vivo en Barcelona y no había logrado tener ni el tiempo ni la motivación suficiente para hacerlo. Quizá porque cuando apliqué desde Bogotá para hacer un máster de Traducción aquí, no me comunicaron que iba a tener clases en esta lengua y cuando llegué a la Universidad la persona que me dio las indicaciones sobre lo que debía hacer me habló en una lengua que no había escuchado antes sin compasión alguna. Haciendo acopio de mi memoria y la destreza mental que uno logra tener después de haber cruzado el océano y desafiado las zonas horarias, logré identificar palabras que me sonaban parecidas al castellano, al francés y al italiano. Había otras tantas que se perdían en el jetlag inevitable. Después transcurrieron las semanas y los meses, tenía clases enteras en catalán, que para mí eran más un desafío a la interpretación por contexto que una experiencia de aprendizaje cabal de contenidos nuevos.

En el máster tenía compañeras taiwanesas en la misma situación, o peor. Ellas venían de estudiar una filología española que solo contenía castellano, vaya qué extraño. Sospechoso. Tan sospechoso como que en las ex-colonias españolas no haya un instituto que reúna y enseñe las lenguas oficiales del país. Luego pensaba cómo sería de interesante tener un instituto que enseñara catalán, gallego y euskera en Colombia. Claro, la gente se preguntaría allá para qué córchos necesitan aprender gallego si van a España, a su "madre patria". Tremenda sorpresa la que nos llevamos todos cuando al llegar a esta anhelada noble cuna sentimos cómo le cuesta vernos como hijos legítimos. La verdad es que no lo somos, nunca lo fuimos ni lo seremos. Y eso tampoco está mal. Ojalá fuéramos más que legítimos, libres... pero eso es otra historia.

-Ahora se me cruzan un par de imágenes que no puedo olvidar y espero que no me invadan los sueños. Se trata de las redadas que hacen policías de civil para "pescar" inmigrantes sin papeles. He visto dos, una en Plaza Cataluña y otra en la línea roja del metro. Los objetivos eran adultos suramericanos, les pedían su documentación, su permiso para estar en España. Ellos nerviosos buscaban su pasaporte o su NIE. Tan de prisa como iba alcancé a darme cuenta de las escenas, alcancé a ver las caras asustadas de los perseguidos y sus perseguidores. Seguí de largo con tristeza y con rabia. Es difícil pensar que la historia no cambia. Aquí o allá, no cambia-.

Continúo. La cuestión es que con el transcurrir de los días (años) y mi interés por las lenguas y mi curiosidad por las palabras, contra viento y marea, y con el apoyo moral de Santi, comencé mis clases de catalán. Para esto tuve que vencer aquel asomo de furia tras perderme los contenidos de las clases que más valían la pena del máster, y olvidar las peleas autonómicas e idependentistas de los extremistas de la lengua y las costumbres que tanto daño hacen en cualquier país, desde cualquier credo y razón social. Las lenguas son algo bello que construye el ser humano, y desde que escuché palabras como "celístia", con la que los catalanes de otrora describían la claridad de las estrellas del cielo, estaba segura de que me toparía con otras maravillas como esa.

A lo que viene esta entrada sin embargo, es a una anécdota que sucedió en una de mis clases. Había una discusión acerca del léxico del castellano que se utiliza en Latinoamérica y el que se utiliza en España. La cuestión era cuál era mejor que cuál. Tema que degenera casi siempre en quién es mejor que quién. Eterna discusión, algo de nunca acabar. Además de que una cosa sea la lengua hablada, y otra la lengua escrita, cuando se trata de ser dogmático el agua se hace turbia y los humores toman malos olores. Las lenguas son como los seres humanos, se mueven, viajan, se mezclan,se juntan, se desajustan, nacen, mueren y renacen. De verdad están muy vivas y el tiempo les pasa para bien.

Ya no recuerdo sobre qué palabra discutían en clase. Lo cierto es que los ánimos se caldearon y me dio algo de tristeza. No puede ser (aunque así es) que todavía se crea en la Santa Madre Iglesia y en los Institutos que norman las lenguas con la fe ciega que hace alzar el tono de la voz y dar una palmada brusca en la mesa. Ahí si que "apague y vámonos".

2 comentarios:

Fernando Escobar dijo...

Manuel Rivas, en un diálogo con John Berger y Víctor Sampedro decía lo siguiente, a propósito del racismo, purismo, y demás modelos de la racionalidad:
-"Pese a tanto discurso, a la obviedad y al sentido común,resulta increíble lo sencillo que resulta producir odio. Se hace escribiendo, usando las palabras como mecanismos de generar odio. Cualquier repaso de la historia arroja un balance tremendo. Una canción de Sting dice que no vamos a aprender nada de la historia, porque la historia escrita es un catálogo del crimen. No tenemos más que ver el siglo que acaba de pasar... y lo que estamos viendo.(...) A veces me parecen batallas desmesuradas. Cuando las ves te dices: “¿Y qué más?”. Antes también hablamos de Rusia, decía un periodista de allí en una pequeña ciudad: “Bueno ahora tenemos libertad para escribir pero no tenemos papel”. Pues la batalla primera sería que esa gente tenga libertad y papel. Sobre el racismo resulta increíble lo importante que puede ser para la vida de una persona, cómo puede cambiarla, la oportunidad de jugar al fútbol con otros de su edad, de su mismo país y otras razas... los pases de balón. Sobre todo si recuerda el día
en el otro chaval que no le pasó el balón a otro de otro color . Esas cosas parecen mínimas, pero son básicas."

Do dijo...

Efectivamente, la vida real se mueve en lo mínimo, en lo básico, en lo que poco a poco va construyendo la cotidianidad. Y allí si que es cierto que el hombre es un animal de costumbres. Cuando algo altera la cotidianidad, desde una marca de leche que dejan de vender en el supermercado donde cada mes va a hacer la compra, hasta la música extraña que produce una lengua diferente a la suya al hablar, entonces su sentido de territorialidad se exaspera y sus miedos se alborotan. Los humanos nos movemos en lo conocido, todo lo que desconocemos habita en el miedo. Y en realidad la frase tan conocida no debería ser "del amor al odio hay un paso", sino "del miedo al odio hay un paso", a veces menos de uno.

Ahora entiendo un tema de la geografía humana, definitivamente los límites que marca el odio en los mapas son los que ocasionan las guerras y con ellas, tantas ediciones nuevas del atlas que los niños leen en la primaria.

Abrazo Fer,
Do.