jueves, 21 de mayo de 2009

Las lenguas nativas, la fuerza bruta



Hace unos meses hablaba con un conocido catalán acerca de las lenguas coloniales. Visitábamos el Museu Etnològic y me contaba cómo sus padres habían emigrado a Venezuela durante el franquismo. En su opinión, Cataluña había sufrido la misma colonización lingüística que América. No hay duda. La cuestión es que las lenguas minoritarias no son únicamente eso, detrás, hay una cultura, una comunidad; una manera de vivir que se mantiene con la lengua. Y el principal temor de estas comunidades es que con la lengua, se pierda su cultura. Pero me pregunto si basta solo una colonización lingüística, para que se pierda la cultura.

En América, antes que la lengua, se utilizó la violencia para cambiar el orden de las cosas. De hecho, muchos conquistadores aprendieron las lenguas de los indígenas o entrenaban traductores para entenderse con los pobladores nativos e imponer su voluntad. Así como sucedió con el franquismo y su intento de unificar un territorio diverso culturalmente.

El uso de la fuerza sigue siendo, cientos de años después, en América, el principal enemigo de las minorías lingüísticas. En Colombia este absurdo continúa; comunidades como los Nukak -Maku, conocidos mundialmente hace décadas por ser uno de los últimos grupos indígenas nómadas que mantenían su cultura y su lengua, alejadas de la influencia occidental, están muriendo por la fuerza bruta, por la violencia. Es así como se pierde una lengua,y todo el patrimonio cultural que viene detrás. Si esto no ocurre, estoy segura de que el ser humano es tan perseverante con sus raíces como para mantener aquello que siempre ha sido suyo y que lo hace ser quien es.

Hace un par de semanas se celebraba en Colombia la Fiesta de las Lenguas Nativas. ¿Qué se celebraba? ¿La sobrevivencia de las lenguas nativas? ¿Se felicitaba el empeño con que los grupos indígenas mantenían su tradición lingüística?

La Constitución de 1991, la que se quiere reformar en el presente obra y gracia del Señor Presidente, confirma la diversidad cultural del país, dice respetar las lenguas y las culturas presentes en el territorio nacional. El luto cultural que la Seguridad Democrática, el programa bandera de las dos últimas administraciones, y que parece será de la tercera si el país sigue de fiesta, quiere ocultar bajo eventos tan espurios como el de la Fiesta de las Lenguas Nativas, una colonización absurda en la cual ya no es ni siquiera claro, qué tipo de lengua y qué tipo de cultura es la que se está imponiendo.


Hoy en día, como hace quinientos, seiscientos, setecientos años y más, el verdadero enemigo de las lenguas y de las culturas sigue siendo la violencia en sus múltiples formas: odio, discriminación, prejuicio, y claro, la fuerza bruta. La mayoría, si no todas, las comunidades invitadas a la celebración de las fiestas nativas viven en alguna o en todas las condiciones de violencia que la imaginación alcanza y la realidad confirma. Es así como los Estados, siempre inventan una fiesta para ocultar un luto. O una ley que nunca llega a la práctica. Ocurrió a finales del siglo XIX, cuando el presidente Pedro Alcántara Herrán creó un decreto para promover la enseñanza y la traducción de las lenguas modernas, el inglés y el francés, y la lengua indígena que tuviera más importancia para el país. Vaya tarea la de escoger "la lengua indígena más importante para el país". A veces algo, es peor que nada. Y la cuestión es, que cada vez que pienso en Cataluña y las discusiones sobre el temor de que la lengua se pierda, no lo veo viable, es cierto que es preciso que se aliente a las nuevas generaciones a que la estudien, la hablen y la escriban. Pero hay que alentar la tolerancia y la convivencia con otras lenguas, con el castellano mismo. A quien hay que temer es a la violencia, cuya apariencia goza de mil trajes.